Por Frank Viola
Traducción: Emily R. Knott
En mi época de cristiano joven, en la adolescencia tardía, yo era un entusiasta de la reprensión. No tenía ningún reparo en confrontar a otros y corregir sus faltas. Las personas que admiraba eran modelos en este aspecto, y en mi ignorancia yo seguía su ejemplo.
Tenía un buen conocimiento de las Escrituras, así que estaba cargado y amartillado con mis versículos bíblicos en la mano. Entre mis textos favoritos en aquellos tiempos estaban los de Proverbios que dicen que los sabios aman la reprensión y los necios la aborrecen (Prov. 9:8, 12:1, 13:1, etc.).
A medida que iba creciendo en el Señor, fui haciendo unos descubrimientos dolorosos. Uno de ellos fue que yo no tenía la más remota idea de cómo corregir a otro creyente en el espíritu de Jesucristo. Con mis “correcciones” hacía más mal que bien.
Otro descubrimiento fue que Dios no quería que yo corrigiera a todo el mundo, incluso cuando observara faltas y fallos en ellos (cosa que, por cierto, no es ningún gran don, ni nada de qué jactarse).
No era mi cometido ni mi deber cambiar el comportamiento de mis hermanos y hermanas en Cristo. Además, necesitaba prestar más atención a mi propio andar espiritual que al de los demás (Stg. 4:11).
(En mis primeros años como creyente, formé parte de una tradición cristiana que era de gatillo fácil para aquello de enderezar a todo el mundo. Era una mala enseñanza que provocaba legalismo y justicia propia. Fui culpable de abrazarla.)
Otra lección que aprendí fue que incluso en aquellas ocasiones cuando el Señor realmente quería que corrigiese a otra persona, si yo no transmitía esa corrección en Cristo, acabaría perdiendo un amigo.
Un amigo ofendido es más difícil de recuperar que una ciudad fortificada. Las disputas separan a los amigos como un portón cerrado con rejas (Prov. 18:19).
Ojalá alguien me hubiese enseñado en esos tiempos cómo se hace una corrección en Cristo.
Por eso, escribo esta nota.
Aunque este artículo ni mucho menos pretende abarcar el tema de manera exhaustiva, a continuación compartiré 14 cosas que aprendí acerca de cómo corregir a otro hijo de Dios.
Tengamos bien presente que no estoy hablando de cómo analizar los escritos o las enseñanzas de alguien – aunque esto también debería hacerse con un espíritu de gracia y ofrecerse primero en privado al autor en cuestión antes de publicar una crítica. La integridad intelectual lo exige para asegurarnos de no publicar y difundir ninguna tergiversación.
En esta nota me centro exclusivamente en cómo corregir los fallos o el comportamiento de otra persona. Les presento 14 cosas a tener en cuenta antes de corregir a otro cristiano:
- Nunca corrijas en base a información de segunda mano. Es decir, lo que la persona supuestamente dijo o hizo. Consulta siempre directamente a la persona que te preocupa. Escuchar una sola versión de la historia es una base terrible para corregir a alguien. Yo he pecado de esto en el pasado.
- El mero hecho de ver las faltas de otra persona no te autoriza para señalarlas y corregirlas. La capacidad de ver los fallos de los demás no es ningún don. Y si la conviertes en un caballo de batalla, termina volviéndose en tu contra. Ser criticón es algo que las Escrituras condenan (Jud. 1:16).
- Muchos cristianos han sido perjudicados porque alguien les corrigió de una manera contraria a la de Jesucristo.
- Si corriges a alguien al margen de la gracia, con toda seguridad perderás su amistad (Prov. 18:19).
- Tus instintos espirituales te guiarán en cómo manejar una ofensa. Una opción es llevar la cruz, recibir el daño y ser paciente (Col. 3:13, Ef. 4:2, 1 Co. 6:7, Mt. 5:39). Otra es hablar con la persona en privado y corregirle con un espíritu de mansedumbre (Gal. 6:1, Mt. 18:16). Otra es buscar un mediador que pueda ayudar a resolver el conflicto (1 Co. 6:1-6).
- A veces los creyentes corrigen a otros cuando no deberían; en otras ocasiones, pasan por alto problemas graves sin aplicar la corrección necesaria. Ambos errores pueden terminar destruyendo a otros (1 Co. 5:1). Si, por ejemplo, alguien está perjudicando, oprimiendo, acosando o difundiendo una imagen falsa de otra persona (o personas), ignorar la situación sería prácticamente siempre un error.
- Si tu hermano o hermana simplemente está haciendo algo que te molesta (no algo que en realidad te hace daño a ti o a otra persona), deberías pensártelo tres veces antes de corregirle.
- Cuando corrijas a alguien, ve en privado como Jesús nos enseñó a hacer… “a solas entre tú y él” (Mt. 18:15). Esto cumple con lo que Jesús nos enseñó en Mateo 7:12: “En todo tratad a los demás tal y como queréis que ellos os traten a vosotros”. El acudir a terceros con el problema solo está justificado si la persona en cuestión ha rechazado la corrección y sigue pecando (Mt. 18:16). O si está pecando contra otras personas públicamente. Si, por ejemplo, alguien está dando una imagen falsa de otra persona en un foro público, debería ser corregido en ese foro público.
- Hazte estas preguntas antes de corregir a otro creyente:
- ¿Me corresponde a mí corregir a esta persona? ¿Tengo una relación personal con ella? ¿O me estoy entrometiendo en asuntos ajenos? (1 P. 4:15, 1 Ti. 5:13).
- ¿He sido longánimo con este problema? ¿He permitido que la paciencia siga su curso?
- ¿Estoy reaccionando con orgullo, enojo o alguna otra motivación oscura?
- ¿Me he afligido delante del Señor, pidiéndole que quite las cosas oscuras de mí antes de hablar con mi hermano o hermana?
- ¿Ha sido extirpado el espíritu de justicia propia y crueldad de mi corazón?
- ¿He orado por esta persona, pidiéndole a Dios que sea Él quien le corrija?
- ¿He acudido a la cruz antes de apretar el gatillo de la corrección?
- Y, quizá lo más importante de todo: ¿Cómo me gustaría ser corregido si fuera yo el que precisara de corrección?
Si no puedes contestar “sí” a estas preguntas, todavía no estás calificado para corregir a tu hermano o hermana.
- Sé muy consciente de que eres una persona tan caída y merecedora de juicio como la que quieres corregir. El pecado de la justicia propia es el resultado de considerar unos pecados (los de otras personas) como más graves que otros (los nuestros). Jesús equiparó el enojo con el asesinato y la lujuria con el adulterio (Mt. 5:21-22, 27-28), y Santiago dijo que si quebrantas un punto de la Ley, eres culpable de quebrantarla toda (Stg. 2:10). Eso nos coloca a todos en el mismo nivel de necesidad. Cuidado con caer en lo que Philip Yancey observó con dolor: “Los cristianos se enojan mucho con otros cristianos que pecan de forma diferente a ellos”.
- Si no has sido quebrantado por la cruz de Jesucristo, la Biblia puede ser un instrumento de muerte en tus manos. “La letra mata, pero el Espíritu da vida”, dijo Pablo. Blandir la Biblia en la carne es algo peligroso.
- Si la corrección le hace más daño a tu hermano o hermana que a ti, lo más seguro es que no le hayas corregido en Cristo.
- Si no corriges con mansedumbre y total humildad, existe una gran probabilidad de que caigas en la misma tentación o algo incluso peor. Hace años, recuerdo haber leído un libro de Watchman Nee en el que dijo que, en su experiencia, siempre que un creyente corregía a otro con una actitud sentenciosa de justicia propia, ese mismo creyente caía más tarde en algo igual de grave o peor. Pablo dijo prácticamente lo mismo (1 Co. 10:12, Gal. 6:1), y yo mismo lo he observado a lo largo del tiempo.
- En todo, sé pronto para escuchar el asunto entero, lento para hablar, lento para sacar conclusiones y lento para la ira (Stg. 1:19, Prov. 18:13).
Reitero, se podría escribir un libro entero sobre este tema. Estas son solo unas cuantas lecciones que he aprendido con los años. Espero que te brinden ánimo.
Como pueblo de Dios, tomemos un camino más elevado cuando nos dispongamos a corregir las faltas de nuestros hermanos y hermanas en Cristo.